Hoy no se habla más de «ayuda para el desarrollo», sino de «cooperación para el desarrollo». La idea detrás de esto es que los países ricos no marquen pautas para los países en desarrollo, sino que colaboren con ellos.

El término «desarrollo» es controvertido, ya que parte de la idea unilateral de que los países más pobres deben desarrollarse, mientras que los más ricos ya están desarrollados. Sin embargo, cuando se considera que los países pudientes, a través de su forma de vida despilfarradora ponen en peligro al planeta, surge la pregunta quién debería aprender de quién.

Los Estados miembros de la ONU aprobaron en 2105 los «Objetivos para el Desarrollo Sostenible». Ellos se basan en la idea de que tanto los estados industrializados, como los países en desarrollo, tienen que contribuir para mejorar de forma permanente y sustentable las condiciones de vida de la población mundial. Puesto que el desarrollo sostenible es un desarrollo que «satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades» (Informe Brundtland, 1992).

Por el contrario, pobreza extrema o absoluta describe la situación de personas que no disponen de suficientes medios financieros para cubrir las necesidades básicas vitales. La pobreza extrema se mide, entre otros factores, por la expectativa de vida, los ingresos per cápita, la mortalidad infantil o la tasa de nacimiento.

Aunque hoy en día más de una sexta parte de la población mundial vive en pobreza extrema, el número de afectados ha disminuido considerablemente en las últimas décadas. En 1960 fallecieron todavía 20 millones de niños antes del quinto año de vida, en 2010 fueron menos de ocho millones. En los últimos 25 años se pudo reducir a la mitad la cantidad de personas que viven en extrema pobreza. Los Estados miembros de la ONU se han fijado el objetivo de acabar con la pobreza extrema y el hambre en todo el mundo para 2030.

Es un fenómeno relativamente nuevo, en la historia de la humanidad, que los países ricos pretendan combatir la pobreza en otros países. Este deseo se basa, por un lado, en el reconocimiento de que la pobreza causa inestabilidad política y esta puede repercutir negativamente a nivel global y por lo tanto en los países ricos. Por otro lado, gracias a los avances tecnológicos en el siglo XX, por primera vez parecía posible acabar con la pobreza mundial.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se aplicaron diversas estrategias. Muchas de ellas fracasaron, sobre todo porque las naciones «que ayudan» a menudo pusieron sus propios intereses en primer plano. La conclusión es, en primer lugar, que no existe una receta sencilla para combatir la pobreza y, en segundo lugar, que la pobreza solo puede ser combatida si se lleva a cabo en cooperación con las personas y los estados afectados.

Las estrategias para el combate a la pobreza son discutidas. Por el contrario, es indiscutible que los fondos de la cooperación para el desarrollo solo constituyen una pequeña parte del dinero que fluye hacia los países en desarrollo. Las y los migrantes que han emigrado a países industrializados transfieren tres veces más dinero a sus países de origen. Incluso las inversiones extranjeras directas en la economía superan con mucho los fondos de ayuda de los países desarrollados.

Sin embargo, todos estos flujos de dinero son eclipsados por aquellos que se mueven de los países en desarrollo hacia los países industrializados, por ejemplo: el dinero negro, las ganancias de las empresas o las reservas de dinero en cuentas extranjeras. Tan solo el dinero negro, que desaparece en los paraísos fiscales de occidente, supera en más de nueve veces los fondos de ayuda estatales. Pero además, los estados industrializados se benefician de la mano de obra calificada de los países en desarrollo, cuyos gastos de educación no tuvieron que pagar, o de las materias primas que se compran baratas y que después se procesan, venden y gravan en los países ricos.

Por cada euro que fluye hacia los países en desarrollo, fluyen de regreso dos euros a los países industrializados. Las prácticas fiscales, moralmente dudosas pero legales, de los consorcios internacionales no están incluidas aquí.

La lucha contra la pobreza a escala global solo es posible si grandes organizaciones participan de ello con especialistas cualificados. Estas organizaciones están capacitadas para coordinar los programas a largo plazo, darles seguimiento y mejorarlos a través de evaluaciones. Los costos administrativos sirven para garantizar la profesionalidad necesaria, para posibilitar una transparente presentación de informes y para recaudar más donaciones.

Algunas pequeñas organizaciones pueden transferir directamente el dinero donado gracias a su trabajo voluntario. En caso ideal disponen de personal calificado que garantiza la utilización adecuada de los fondos y le dan seguimiento al proyecto. Sin embargo, el radio de acción de las pequeñas organizaciones se mantiene limitado.

Las generaciones futuras no medirán los esfuerzos de hoy por la cantidad de dinero que hemos invertido en administración. La cuestión central será más bien si hemos progresado en la lucha contra la pobreza. Por ello, no solo debemos preguntar qué tan altos son los costos de administración, recaudación de fondos e investigación, sino qué aporte hace una organización para la reducción de la pobreza global.

Día a día muchas personas se comprometen por otros. Sin embargo, no es siempre fácil decidir donde es significativo el compromiso. La historia de la cooperación para el desarrollo muestra que obras bienintencionadas no siempre ocasionan efectos positivos, por el contrario, pueden también causar daños.

No obstante, merece la pena ser solidario. El que se haya nacido en un país rico no es ningún logro, sino una suerte. Incluso dentro de una pequeña comunidad tenemos diferentes oportunidades según el sexo, etnia, lugar de nacimiento o formación educativa de los padres. Oportunidades que en los países industrializados son más marcadas que en los países en desarrollo.

La pobreza global no es un acontecimiento inesperado. Muchas personas nacen en la pobreza y tienen una posibilidad escasa de alimentación suficiente, asistencia médica o educación. Una mejora sustentable de la situación de vida es, en consecuencia, difícil de conseguir. Los fondos de ayuda o los productos corren el riesgo de solo traer mejoras temporales y hacer a las personas dependientes de ellos. El hecho de que la perspectiva de independencia y autodeterminación pueda perderse es un problema tanto para los dadores como para los receptores.

Desde los años 90 del siglo XX se reforzó el enfoque de la política de desarrollo como «ayuda para la autoayuda», es decir, se asentó una cooperación mutua entre países dadores y países receptores. Lo que sonaba bien en teoría, resultó difícil de poner en práctica. No obstante el principio se mantiene: El objetivo de la cooperación para el desarrollo es el de ya no ser necesario.